El modelo chino de desarrollo, bautizado por el ex-editor de la revista Time, Joshua Cooper Ramo, como el “Consenso de Beijing”, que propone una estrategia de desarrollo alternativa al desprestigiado Consenso de Washington, está caracterizado por una mezcla de políticas económicas no convencionales que incluye un sistema de propiedad mixta, protección de derechos de propiedad y una fuerte intervención del Estado, además de un marco macroeconómico estable. Este modelo sigue impresionando a analistas políticos y económicos por sus bondades y resultados, con cifras astronómicas que han hecho del país asiático una potencia económica.
China este año superó a Japón como la segunda economía mundial en cuanto a producción y, según un reciente artículo de The EConomist[1], superará el PBI de los EE.UU. el año 2012, al menos en paridad de poder adquisitivo (PPP). Por otro lado, mantiene un nivel de reservas internacionales que es la envidia de cualquier país desarrollado (más de US$ 2.8 trillones), estrategia que, entre otras razones, ha provocado la sub-valuación del yuan, generando un serio desbalance comercial con su principal socio, EEUU, y la llamada “guerra de monedas” entre ambas potencias, a finales del año pasado.
Pero entre tantas cifras ciclópeas, un aspecto que debe destacarse, más que el volumen de sus exportaciones, es la naturaleza de las mismas. Efectivamente, China incrementó sus exportaciones de US$ 25 billones en 1984 a más de US$ 1,200 billones en la actualidad, lo que resulta de por sí impresionante, pero como ha señalado Dani Rodrik[2] lo más importante es observar el contenido de las mismas. China con un PBI per cápita inferior al de muchos países africanos, muestra una estructura productiva similar a la de un país desarrollado, con una canasta exportadora de productos sofisticados de alto contenido tecnológico.
Sin embargo, esta dimensión no puede ser explicada por la receta ortodoxa de las ventajas comparativas y libre mercado con su consecuente especialización. Tal como lo demuestra Rodrik, el éxito chino sólo puede ser entendido a través de su política industrial de promoción y protección de nuevos sectores intensivos en capital, privilegiado la inversión extranjera en sectores de mayor grado tecnológico, promoviendo los “joint ventures” con socios locales de manera que se produzca transferencia tecnológica, e incentivando el desarrollo de proveedores locales. Como se señala en un reciente artículo del New York Times[3], China también está decidida a impulsar su tecnología y no ser sólo un imitador. Por ello se ha propuesto, a través de su “Estrategia Nacional de Desarrollo de Patentes (2011-2020)” alcanzar los 2 millones de patentes al año, superando largamente a los EE.UU que registran 480 mil patentes al año.
Todo ello no es otra cosa que políticas industriales. La evidencia empírica demuestra que existe una correlación positiva entre las economías que muestran una estructura productiva diversificada y aquellas con altos niveles de ingreso per cápita. El último reporte de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (UNIDO) apunta en esa dirección y recomienda la implementación de políticas industriales no sólo como un mecanismo para acelerar el crecimiento económico sino también por su efectividad en la mejora de los indicadores sociales. Las naciones que muestran alta concentración de su estructura productiva y, sobre todo, en sectores primarios, como el caso peruano, no sólo muestran menor potencial de crecimiento, sino que son más vulnerables a los cambios en el contexto internacional.
Quizá las altas tasas de crecimiento de la producción y sobre todo de nuestras exportaciones, no nos permiten apreciar la imperiosa necesidad de realizar un cambio estructural de nuestro aparato productivo y en esto el Estado tiene un rol fundamental que jugar. Las estadísticas señalan que en 1965 la producción manufacturera en Latinoamérica y en el Este Asiático representaba 25% de su producción; en 1980 este porcentaje se elevó a 35% en el caso del Este Asiático, mientras que en América Latina se mantuvo en 25% en lla década de los 80´s. Lo más alarmante es que entre el 2000 y 2005 este nivel cayó al 18% de la producción total. Es decir, se ha producido en la región un proceso de desindustrialización y de mayor dependencia en la producción y exportación de recursos naturales. ¿Es ello bueno para nuestro país? ¿Qué alternativas tenemos?
Quizá hablar de políticas industriales pueda escarapelar el cuerpo a muchos, tal vez suene a herejía, pero no debería. Basta mirar la experiencia China o, sin muy lejos, la americana. Nuestro vecino del norte ha aplicado políticas industriales desde su nacimiento, como detalla el reciente libro de Fred Block “State of Innovation: The U.S. Government's Role in Technology Development” en donde se da cuenta de las políticas y programas del gobierno para impulsar la economía de ese país a lo largo de su historia.
Es necesario observar otras experiencias para entender que el libre mercado y las ventajas comparativas no son suficientes para explicar los desarrollos dinámicos de las naciones. Japón, la economía emblemática de las políticas industriales, Corea del Sur, India, Malasia, etc., han aplicado estas estrategias y lo siguen haciendo. Debemos volver a evaluar esta alternativa de desarrollo como lo vienen proponiendo algunos organismos internacionales y destacados economistas, ello podría darnos el gran salto hacia el desarrollo.