Hoy que nos aproximamos a una nueva contienda electoral para elegir al gobernante que conducirá las riendas del país por los siguientes 5 años, conviene recordar y tomar en consideración la experiencia de desarrollo de otros países. La coreana es sumamente aleccionadora y nos puede dar nuevas luces, ahora que el modelo neoliberal de apertura internacional parece no funcionar como brújula que oriente el desarrollo.
A mediados de los 70´s, Corea del Sur decidió emprender una empresa cuyo escenario no sólo le era desconocido sino riesgoso. Hyundai, empresa dedicada hasta entonces a la construcción y producción de manufacturas, protegida y apoyada por el Estado, en 1976 sacó de su planta en Ulsan, su primer automóvil: el Pony. Una década después ya estaba tocando las puertas del exigente mercado americano, después de haber probado suerte en África, Asia y Sudamérica. En 1987 logro vender más de 300,000 unidades en Canadá, los EE.UU. y México, a pesar de su pobre tecnología y bajos estándares de calidad.
Hoy en día Corea del Sur vende más de 800,000 autos sólo a los EE.UU. y Hyundai es el quinto productor mundial en la cada vez más competitiva industria automotriz. Para coronar esta historia de éxito, debe decirse que en el año 2009, su modelo Génesis, que compite con los modelos de lujo de Lexus, Mercedes Benz o BMW, obtuvo el apreciado premio Auto del año en Norteamérica. Sin embargo, este meteórico camino no se dio sin sobresaltos, fracasos, pruebas y errores, hubo que transitar momentos de dudas, retrocesos y fracasos, pero lo más interesante es que el éxito no solamente fue logro de la actividad privada, fue el Estado quien señalo el rumbo e hizo la diferencia.
El río Cheonggyecheon en el centro de Seúl, antes y en la actualidad.
Durante el último medio siglo Corea ha crecido sorprendentemente, gracias a una estrategia de desarrollo que la sacó de ser una nación con un PBI per cápita similar al de Ghana (US$ 80 per cápita) en los 60’s, a la décimo cuarta economía del mundo con un PBI per cápita superior a los US$ 20,000 (Acaba de organizar, la semana pasada, la reunión del G-20).
Como muchos países latinoamericanos, Corea aplicó en los 60’s una política de industrialización por sustitución de importaciones, pero inmediatamente, a inicios de los 70´s, dio el salto a un modelo de crecimiento orientado a las exportaciones. El Estado jugó un rol clave, tomando el timón de la economía, aplicando políticas industriales y comerciales, y aunque no siempre tuvo éxito, errando en algunas políticas, ahora podemos apreciar el resultado neto: Corea es la octava economía mundial en volumen de exportaciones.
En la historia económica de Corea, la mano invisible del mercado jugó un rol menor, antes bien es la mano visible del Estado la que explica el éxito económico coreano, a través de sus planes económicos quinquenales y sobre todo con una visión de largo plazo, para lo cual el mercado parece ser miope.
Corea del Sur no exportó toda la vida autos, barcos, semiconductores o productos de alta tecnología. El modelo fue evolucionando, de manera que de exportar en los 60´s materias primas y productos de manufactura ligera (tungsteno, seda, pelucas, calamares, etc.), pasó a exportar en los 70´s textiles, y gracias a su política de desarrollo de la industria pesada y química, productos más elaborados como maquinarias y buques; llegando en los 80´s, gracias al impulso estatal, a productos electrónicos de alta tecnología, automóviles, y semiconductores. Esto nos muestra lo fundamental que resulta contar con un plan nacional de desarrollo económico, que nos saque de la inercia de seguir exportando materias primas para alimentar la industria de otras economías.
Una muestra de hasta qué punto las políticas públicas han determinado el discurrir del empresariado coreano es el Grupo SK, uno de los grandes conglomerados o chaeboles de ese país, con inversiones en el campo energético, las telecomunicaciones y la industria petro-química, sector este último impulsado inicialmente por el Estado, que se ha convertido en una de las empresas clave del desarrollo industrial coreano; y que demuestra como un país que no cuenta con una sola gota de petróleo en su territorio, ha convertido a los productos derivados del mismo (diesel, gas, aditivos, etc.) en su tercer producto de exportación, superior incluso a la venta de automóviles y autopartes.
Es cierto que este desarrollo se ha logrado con políticas difíciles de replicar en el contexto internacional actual, en donde los estados se encuentran en cierta forma atados de manos para emprender una participación activa en la economía, debido a compromisos contraídos con las instituciones económicas internacionales como el FMI, el Banco Mundial o la OMC, pero como lo ha señalado Dani Rodrik, en su reciente paso por Lima, existe un margen de maniobra para el liderazgo del Estado, de manera que se promueva la diversificación y el cambio de la estructura productiva del país.
En el Perú se ha reducido el rol del Estado en la economía a lo que los libros de texto y las recetas del FMI señalan para los países en desarrollo, dejando que el mercado doméstico e internacional, con su mano invisible, señale los sectores que debemos desarrollar, de acuerdo a nuestras “ventajas comparativas”, es decir materias primas. Ahí están los resultados, seguimos exportando materias primas, (el 75% de nuestras exportaciones) revisemos décadas pasadas y esta realidad no ha cambiado mucho. La teoría de David Ricardo, como lo señala brillantemente Ha-Joon Chang en su libro “¿Qué fue del buen samaritano?”, no nos sirve para comprender los desarrollos dinámicos como los emprendidos por Corea. Si un país quiere dejar de ser exportador primario debe dar un paso adicional, para eso está el Estado. No podemos delegar esa función a un plano secundario. No ha habido país que haya alcanzado el desarrollo sólo a través del libre comercio y la apertura despreocupada.